El ojo del Camino
                                                                   “ El secreto, por lo demás, no vale lo que valen los caminos que me condujeron a él. Esos caminos hay que andarlos” 
J.L.Borges 

 Hay tantos caminos como ojos. Ojos que abarcan el espacio y el tiempo del camino, lo que tiene de bello, lo que tiene de verdadero. Y sin embargo, el color con que veamos este camino no tendrá valor - lo importante es y  será la experiencia. Whitman lo dirá con palabras más hermosas “ Ni yo ni ningún otro puede andar por ti, eres tú quien debe andarlo”. Andar el camino, experimentar el camino - eso , forma parte de lo incomunicable. Eso, es lo que nos hermana. 
 Tantos caminos como ojos, tantos ojos como experiencias. El peregrino que sale en busca de su propio camino, y que sabe que su misión no es hacer el Camino, sino dejar que el Camino le haga, dejar que le invada. Por ello podemos hablar del ojo, de su mirada, pero aún esto es insuficiente. 
 Cuando hablamos del camino hablamos de su belleza, de su cultura, de la naturaleza que le rodea, ... Hablamos del Camino como si fuera un objeto que pudiéramos analizar, que pudiéramos dominar. Pues esto es lo que el ojo ve, y la razón capta, mas el Camino desborda al mismo ojo. Pues esta es la verdad del peregrino : la de la espuma que llega del mar y nos lleva al infinito. 
 No hay otro camino que el de la verdad. Entre Dios y  las cosas, entre el Cielo y la Tierra, el hombre en radical soledad, como Cristo en el huerto de Getsemaní, como el peregrino en su pisada - allí, en los campos de Castilla o en los Montes de León, allí, te digo, hasta el mejor amigo se encuentra lejos. Esto es el Camino: el llegar al extremo de la experiencia, al meridiano cero donde los caminos se unifican, donde, desnudos, nos enfrentamos a lo más íntimo de nuestra condición humana - también allí, la imagen del peregrino que paso a paso, va pisando ese hombre viejo que va muriendo, que ya no quiere ser. Y allí, casi sin saberlo, entre la duda y el cansancio, en la voz de un labriego o en la sombra de un árbol, aparece el rostro de la divinidad. También esto es el Camino : el instante de silencio que te llena, el instante en que descubres y te descubres, el instante en que tú, ya no pisas el Camino, el Camino anda por ti, anda contigo. Nosotros sólo somos sus instrumentos. Pues esto es el camino, no lo olvides, ser uno con la Totalidad. 
 La experiencia del Camino es la experiencia de la Realidad, de la felicidad en la Realidad. Es la experiencia de la apertura del corazón al auténtico “ tú”. El “tú” que es el peregrino, el “tú” que es el hombre”, el “tú” que es el árbol, el “tú” que es el Camino. Descubrir el “tú” y saber que este “tú” no es condicionado ni condicionante, sino un “tú” para ser amado. Este es nuestro secreto, el secreto que nos hermana, el secreto de la felicidad, pues, sabedlo bien, sin felicidad no hay Camino. 
 Venga del norte o venga del sur, el objetivo del peregrino es común : la muerte - Santiago. Pues el andar es como el vivir,  en ambos, la muerte nos precede. Para morir en Santiago llenos de tristeza y de gozo, para morir. Sí, pero en una muerte llena de vida. Pues, si al finalizar el camino, no has sido transformado para nada te ha valido - habrás hecho el Camino, pero el Camino no te habrá hecho a ti. Morir, sí,  pero morir para renacer convertido en un hombre nuevo. Como en la leyenda jacobea del príncipe que cayó del caballo al mar en las tierras del Finisterre, y que salvado por la intercesión del Señor Santiago, salió del mar revestido de vieiras dando origen al símbolo del peregrino. La vieira, la concha de Venus, la concha del amor. Como el príncipe de la leyenda, renacer en Compostela revestido de las conchas del Amor. 
 Dice Bruce Chatwin que en sánscrito, peregrinar significa lo  mismo que jugar al ajedrez, es decir “llegar a la orilla opuesta”. Peregrinamos para llegar a la orilla opuesta, para llegar más lejos, para llegar Ultreia. Este es todo el secreto. El secreto de la pisada. 

A ti, Patxi, pues te debo el Camino. 
A ti, Daniel, los caminos que nos unen, y los viejos dioses que algún día, saldrán a nuestro encuentro. 
 

Daniel Capó Laisfeldt.